lunes, 23 de marzo de 2009

IRON MAIDEN Un Concierto de Magnitudes Biblicas


22 de marzo de 2009
Club Hípico de Santiago

Ver a Iron Maiden en un recinto de la magnitud del Club Hípico no era una apuesta ni un reto. Era un sueño. De mucha gente. De todos quienes sentimos que el rock es tratado como el hermano bastardo de la música popular. Todos los que hemos sido discriminados alguna vez por decir que nos gusta el rock. Todos los que piensan que en la radio, muchas veces nos quieren vender como rock algo que no lo es; o los que nos indignamos con los medios que nos tratan como una manga de borrachines y peleadores (si no me creen, chequeen la portada de La Tercera de hoy lunes). Aquellos cuyo principal medio de difusión es el “de boca en boca” necesitaban una jornada gloriosa, que nadie pudiese ignorar o aminorar. Ese día llegó. Por fin. Llegó en avión, en el Vuelo 666, y el domingo en la noche marcó para siempre la historia.



Rockeros todos, fans o no fans de Maiden. Queríamos llenar el Club Hípico, y lo logramos. 55 mil personas, formando un mar de gente. Así como Bruce Dickinson reveló que este es el show de Maiden con mayor asistencia de su historia (descontando festivales claro; y aún así habría que verificar los números), en Chile nunca se vio una banda de rock atraer a tanto fanático. No seguidor. Fanático. Por lo que la jornada ya era una resonante victoria incluso antes de que el show comenzara.

Como suele ocurrir en estos casos, los tibios recibimientos para los números de apertura (Witchblade y la hija del jefe) fueron simplemente la antesala para el plato fuerte. A las 20 horas estaba pactado el comienzo de la celebración, y a las 20 empezó a sonar ‘Transylvania’. Saltos, cánticos y entusiasmo para regalar. Al fin.

Tal cual habíamos visto el 2008, ‘Aces High’ dio el primer golpe. Sin tiempo para descansos, ‘Wrathchild’ y ‘2 Minutes to Midnight’ inyectaron aún más adrenalina. Todas canciones que habíamos visto en el país en alguna de las visitas anteriores, y la concurrencia demostró ya saberse el ritual. Interpretación musical impecable, en clásicos que funcionan solos.



Llegó el saludo correspondiente de un agradecido Bruce, y aparecieron las joyitas, esas canciones-que-nunca-han-tocado-acá, que más que cantos ensordecedores, generaron emoción y admiración. Hablo de ‘Children of the Damned’ y ‘Phantom of the Opera’, ambas con más de 25 años de vida. Imposible un mejor marco para introducir la parte más antigua del catálogo a la cada día más creciente novel camada de nuevos fans de la Doncella. Y no puedo dejar de alabar la voz del notable Dickinson, que les pulverizó los huesos a más de alguno particularmente en ‘Children of the Damned’.

A soltar los músculos de nuevo con dos números probados, ‘The Trooper’ y ‘Wasted Years’. La apoteósica respuesta ahorra comentarios de mi parte. Llegó ahí el único minuto tenso. Los clásicos problemas de los “apretados contra la reja”, por el entusiasmo excesivo de muchos. Remarco este momento no porque haya cambiado en algo el rumbo de la noche o sea un “punto negro”. Sino por lo que dijo el buen Bruce: “nadie se va a ir de aquí diciendo que el público de Iron Maiden es violento”. Dicho y hecho. Pocos personajes logran una obediencia tan absoluta como la del frontman de Iron Maiden. Había en su rostro cierta preocupación, de que nada arruinara una noche que ya pintaba tremendamente bien.



Esas palabras, más la calma épica de ‘Rime of the Ancient Mariner’, sirvieron como para hacer un break en medio de la jornada. Así también pudimos encontrarle ‘la’ falla a la actuación de Maiden: la voz se perdía muy seguido en los momentos en que el ataque guitarrero era más furioso. Quizás por el par de puntos que acabo de mencionar es que la reacción ante la marcha de ‘Powerslave’ fue un poco lenta, y quizás contenida. Y por cierto, las apariciones de los primeros efectos pirotécnicos en este tramo del concierto sirvieron para sentir que todas las promesas de un show a la altura del Primer Mundo estaban cumplidas.

El setlist estaba pensado de antes, y quizás esa energía contenida era necesario reservarla para la sección más incendiaria de la noche: ‘Run to the Hills’, ‘Fear of the Dark’ y ‘Hallowed Be Thy Name’. Trilogía que significó una fiesta sólo para valientes. Las gargantas y las piernas parecían no flaquear, en las que deben ser tres de las canciones que más entretenidas para presenciar y participar en un show de Maiden. Sobre todo las últimas dos que mencioné, extensas, intensas y heroicas.

‘Iron Maiden’ significaba el final de la primera parte del show, y ya los fuegos artificiales se dejaron sentir, mientras un Eddie monstruosamente grande apareció detrás del escenario. Con el público en éxtasis, el descanso correspondiente, y a esperar el último bocado. Hago este alto en el relato también, porque hay una parte de mi experiencia en el recital que quiero contarles.

Toda esta primera parte la fui a ver desde cancha, donde hay que presenciar una actuación de Iron Maiden, no hay dudas. Pero prensa tenía acceso a una tarima que había en altura, al costado derecho del escenario. Antes de que la banda regresara a escena, fui rápidamente, porque quería ver la parte del espectáculo que uno no ve estando en cancha: a la gente, ni más ni menos.



Maiden regresó sin mediar palabras, con la intro de ‘The Number of the Beast’, y el encuentro mito-realidad que tantas veces vimos se volvía a repetir. Ahora venía lo que esperaba ver desde altura: ‘The Evil That Men Do’. Canción maravillosa, que tras el riff de entrada a cargo de Janick Gers sabíamos que explotaría como una bomba. Esa era ‘la’ explosión del público. Y les digo de todo corazón, ojala este concierto se pueda ver por TV en un futuro, porque lo que se vio fue emocionante, me puso la piel de gallina: la mayor masa de rockeros que jamás haya visto en Chile (yo al menos) saltando, desde la primera a la última fila, a todo lo ancho del Club Hípico, haciendo de ese uno de los momentos que nunca más me voy a olvidar en mi vida. Valía la pena subir a esa tarima después de todo.

Poco me importó en lo personal todas las explosiones y colores del escenario, el segundo Eddie que apareció en el escenario, y lo magnífico que sonó ‘The Evil That Men Do’. Me quedo con la cara llena de gozo de Dave Murray y Adrian Smith mientras pintaban los últimos acordes del tema.

‘Sanctuary’, la escogida como punto final, me sorprendió, porque después de tanta pirotecnia y tanto Eddie, no tuvo ningún agregado, salvo la tremenda respuesta del público, y el agradecido último saludo de Steve Harris y compañía. Pero ahí estaba, la historia terminaba de escribirse. La obligatoria promesa de que volverán, y un muy merecido aplauso final para estos héroes que se hacen llamar Iron Maiden desde hace más de tres décadas.

Para cerrar, qué puedo decir. Tanta grandeza valía la pena. No todo fue tan perfecto como el año pasado, pero el valor agregado lo puso lo otro. Lo que ya les conté. Esa imagen que me dejó sin habla, con la cual voy a llegar a soñar. Aquella que representa el cumplimiento del sueño. Y que se logró satisfacer al “modo Maiden”. De boca en boca, recomendaciones del estilo “tenís que ir a ver a Maiden en vivo, te va a cambiar la vida”. Parecía una utopía, llegar a esas inalcanzables cifras. Y que fuese una noche sin incidentes, un espectáculo arriba y abajo del escenario. Esa si que era tarea. Y se hizo realidad. Felicitaciones a todos los que estuvimos ahí. Lo logramos.

Juan Ignacio Cornejo K. rockaxis

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